«El mayor problema, por supuesto, fue mi primera novela, Sorrow, en la que tuve que enfrentarme al hecho de que mucha gente ya la había escrito, con muchas versiones malas y una o dos buenas. Pero la cuestión era que no debías identificarte con ella. Tenías que conocer los límites del lenguaje. Tenías que saber muy claramente que la persona que hablaba no era de carne y hueso, sino un personaje de ficción con un lenguaje. Así que era sólo lenguaje y nada más. Y ésta es la ley que nos mantiene disciplinados y que, cuando se transgrede, da lugar a textos ajenos. Es un control bueno y claro, pero es difícil. Por eso, al escribir Dolor, a veces pasaban años entre dos capítulos. No conseguía adaptarme a ese estilo. Digo, lo primordial es que la persona que habla es una figura literaria, es sólo un lenguaje, no la realidad de carne y hueso. Y en cuanto intentas convertirlo en realidad de carne y hueso, se estropea».
«Tengo ochenta y dos años. Estoy enfermo. Mi reacción es trasladarme a Berlín. ¿Actuar? Sólo puedo actuar escribiendo. Y cuando lo hago, no tiene ningún efecto, o me condenan por ello».